Reflexión sobre el rumbo de nuestra sociedad

En estos tiempos convulsos, donde las redes sociales se han convertido en el epicentro de la interacción humana, es imposible ignorar el preocupante deterioro que enfrentamos como sociedad. Observamos, con pesar, cómo individuos que deberían ser ejemplo de decencia y sensatez han sucumbido ante la inmundicia que permea tanto el ámbito virtual como el cotidiano.

Hoy en día, lo mal hecho parece ser celebrado. Las redes se transforman en muros que asemejan gallineros y galleras, donde el odio y el irrespeto reinan como norma. El resentimiento y los complejos de muchos han generado una enemistad con las luces ajenas, y el éxito de otros se convierte en una espina que atraviesa el alma de los que no encuentran paz en su propia oscuridad.

Frente a este panorama, es vital no perder de vista los valores fundamentales que deben regirnos: el progreso, el bienestar colectivo, la unión y la solidaridad. Los enemigos de estos principios, aquellos que se esconden tras máscaras de bondad en la política, las iglesias y otros espacios, solo buscan notoriedad a través de la manipulación y el daño.

Es momento de dejar a un lado a estos personajes y pedir discernimiento divino para enfrentarlos con sabiduría. Que nuestra mirada esté siempre fija en construir comunidades donde prevalezca la gracia y la verdad. La decencia y la luz nunca deben ceder terreno ante la inmundicia.

El llamado es claro: no permitamos que lo peor de nosotros se imponga sobre lo mejor que podemos ser como sociedad.

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