2025: Cruzar el Rubicón

En el Siglo XXI, cuando se menciona el Rubicón, la imagen que viene a la mente es la del vehículo todoterreno de fabricación norteamericana, del Grupo Fiat Chrysler Automobiles (FCA Group), que no pasa desapercibido en ningún lugar al que llega. Sin embargo, aunque el término ha sido popularizado en el ámbito comercial, su origen hace referencia a un acontecimiento histórico que marcó para siempre el rumbo de la humanidad.

“Cruzar el Rubicón” es un acto heroico que quedará grabado en la historia como el momento en que Julio César decidió atravesar con su ejército el río Rubicón, en la provincia de Forlì-Cesena, Italia, desafiando al Senado romano y desencadenando una guerra civil. En ese instante, el general romano era consciente de que su decisión no tenía marcha atrás. Hoy, la expresión “cruzar el Rubicón” se ha convertido en sinónimo de tomar una decisión audaz y definitiva, cargada de valor, en un momento crítico, con la certeza de que no hay forma de revertir sus efectos.

Hoy, a cinco años de haber padecido la pandemia, sabemos que sus efectos serán permanentes. Si retrocedemos a 2019, y preguntáramos a la Inteligencia Artificial cómo sería el 2025 sin la pandemia, la respuesta sería una mera conjetura sobre un pasado que no vivimos.

Sin embargo, lo que sí podemos preguntarnos es: ¿cómo será el 2025 con los efectos, tanto directos como colaterales, de una pandemia que cambió la historia, tal como sucedió en el 49 a.C., cuando Julio César tomó la firme decisión de atravesar, en armas, el río Rubicón, en Las Galias, algo prohibido a los generales?

Es el momento de mojarse los pies y «cruzar el Rubicón» nueva vez, pero no en un todoterreno. El mundo se encuentra cada vez más complicado. Cada día se están tomando decisiones que no tienen vuelta atrás, decisiones que impactan la economía, el medio ambiente, el desarrollo de los pueblos, la paz mundial, el riesgo de nuevas guerras, el uso de la tecnología, la forma en que trabajamos hoy y cómo lo haremos en el futuro, la salud pública, la seguridad alimentaria, el comercio, la cultura y el arte, la conservación de los valores y las buenas costumbres, la movilidad internacional y el turismo, las migraciones.

la nueva forma de hacer periodismo, un mundo cada vez más interconectado pero con menos relaciones interpersonales, la necesidad de replantear los Objetivos de Desarrollo Sostenible, con fechas más realistas y una mayor voluntad para alcanzarlos, la posibilidad de enfrentar medidas más razonables sobre las deudas de los países en vías de desarrollo.

los desafíos de la ciberseguridad personal y empresarial, la previsión de nuevas pandemias, el manejo de la salud mental, la automatización de procesos, el problema del tránsito y la urgente necesidad de invertir en transporte masivo a nivel nacional, la incidencia de la fe en la vida de las personas, y un largo etcétera.

En resumen, el 2025 no admitirá términos medios. Será el año en el que los países tendrán que tomar decisiones firmes para recuperar la normalidad soñada, procurando estabilizar el mundo, sus economías y sus democracias. Será el año en el que deberían callarse los cañones tradicionales y los que todavía están en los modernos laboratorios.

Será el año de poner en práctica las lecciones aprendidas durante la pandemia y, sobre todo, reorientar aquellas acciones que afectan directamente a las personas, su educación y su bienestar. Será el año en que los gobiernos, las economías, la planificación y las nuevas innovaciones deben impulsar políticas públicas al servicio de la gente, especialmente de aquellos que viven en las periferias existenciales y geográficas, como gusta decir el Papa Francisco. De nada serviría seguir construyendo un mundo en función de los robots, pero sin ética ni la humanidad como su centro.

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