¿Correazo o conversación? La delgada línea entre disciplina y violencia

En países como Estados Unidos, y específicamente en ciudades como Nueva York, está estrictamente prohibido que un padre o una madre corrija a su hijo con castigos físicos. Ni un jalón de oreja, ni levantar la voz está permitido. De hacerlo, los responsables podrían enfrentar sanciones legales e incluso prisión.

En la República Dominicana, sin embargo, la realidad es distinta. Muchos crecimos bajo una crianza estricta, donde las correcciones físicas, jalones de orejas, hincarse en guayo, cargar piedras, o recibir correazos, eran vistas como métodos normales para corregir conductas inadecuadas. Hoy, muchos adultos que vivieron esas experiencias aseguran que gracias a esa «mano dura» son hombres y mujeres de bien.

Pero ¿hasta qué punto ese tipo de corrección es válida en los tiempos actuales?

Recientemente, en San Francisco de Macorís, se hizo viral el caso de Estefany Gutiérrez, una madre detenida por darle una pela con una correa a su hijo de siete años.

El niño, desobedeciendo una prohibición, llevó a su hermanito de dos años a un canal a pescar, a pesar de estar enfermo. La acción de la madre dejó moretones visibles en el niño, lo que provocó su arresto.

El caso ha dividido la opinión pública. Algunos padres consideran que la reacción de la madre fue exagerada, que hay otras formas de educar sin violencia. Otros, en cambio, opinan que la pela estuvo justificada, e insisten en que ellos fueron criados «a palos» y no les pasó nada.

La crianza ha cambiado. Hoy enfrentamos una generación más sensible, más propensa a los trastornos emocionales, donde el maltrato, aunque tenga la intención de disciplinar, puede dejar marcas más profundas que un simple moretón. En tiempos donde la salud mental cobra cada vez más importancia, vale la pena cuestionarnos: ¿estamos corrigiendo o estamos hiriendo?

No se trata de despojar a los padres de su autoridad, sino de buscar nuevas formas de ejercerla con firmeza, pero también con empatía. Criar con amor no significa permitirlo todo, así como disciplinar no debería implicar lastimar.

Queda entonces una pregunta para el lector:

¿Debe un padre corregir a su hijo a correazos, o hablándole con respeto, firmeza y cariño?

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