Las manecillas del reloj de la pobreza
Cuando el Papa León XIII publicó la Encíclica Rerum Novarum, sobre la situación de los obreros, el 15 de mayo de 1891, el mundo se encontraba en una verdadera crisis, generada desde los inicios de la Revolución Industrial, la cual fue magnificándose con el pasar de los años.
De esa época no tenemos estadísticas, como la solemos levantar en los tiempos actuales, sin embargo, podríamos indicar que la pobreza era un problema complejo, manifestado, sobre todo, por la falta de acceso a la educación, a los servicios de salud y a las dificultades creadas por las brechas económicas en la sociedad del momento.
En Francia, la pobreza se había extendido a causa de la industrialización que movió a una cantidad considerable de personas desde los campos hacia la ciudad, donde vivían en condiciones precarias. La unificación de Alemania bajo la hegemonía del canciller Otto von Bismarck, tras la victoria de Prusia en la guerra franco-prusiana en 1871, había puesto a prueba la economía y aumentado la pobreza en los campos y en las ciudades en vías de desarrollo. También España atravesaba una fuerte crisis económica y social. Los Estados Unidos experimentaban un acelerado crecimiento económico, sin embargo, la pobreza abundaba entre los trabajadores industriales y los inmigrantes. La misma realidad golpeaba a la Gran Bretaña.
Como podemos ver, el Papa tenía razones sobradas para clamar: “Por lo que respecta a la tutela de los bienes del cuerpo y externos, lo primero que se ha de hacer es librar a los pobres obreros de la crueldad de los ambiciosos, que abusan de las personas sin moderación, como si fueran cosas para su medro personal” (RN, 1). Esta frase es un verdadero resumen de la realidad vivida por los obreros del mundo a finales del Siglo XIX, ante el engroso económico de los patronos.
A pesar de haber transcurrido 134 años desde aquel pronunciamiento enérgico, en el 2024, aproximadamente el 8.5% de la población mundial vivía en pobreza extrema, esto significa, con alrededor de 2 dólares al día y la pobreza mundial rondaba el 44% de la población, es decir, una persona subsistiendo con 6.85 dólares al día, a saber, menos de $450 pesos dominicanos al día.
Si tomamos los mismos países citados anteriormente, el riesgo de pobreza por persona en el 2023, en Francia, fue de un 15.4%; en Alemania, 14.4%; en España, 20.2%; en Estados Unidos, 11.1%; en Gran Bretaña, 14.3% y en República Dominicana, 23.0%.
Estas estadísticas espeluznantes, ante un mundo que muestra con orgullo su opulencia, llevan al Papa Francisco a afirmar: “Un gran río de pobreza atraviesa nuestras ciudades y crece hasta desbordarse; parece abrumarnos, tan grandes son las necesidades de nuestros hermanos y hermanas que claman por nuestra ayuda, apoyo y solidaridad” (2023).
Pareciera que las manecillas del reloj de la pobreza giran, sin cesar, a lo largo y ancho de la historia de la humanidad. Es esa la razón por la que, desde la primera Encíclica sobre la Doctrina Social de la Iglesia (Rerum Novarum) hasta la actualidad, los once Papas que han pasado por el solio de Pedro, han escrito un total de 25 Encíclicas sobre temas sociales, la más reciente del Papa Francisco es Laudate Deum (Alaben a Dios, 2023), sin contar los demás documentos pontificios, mensajes y homilías.
Los obispos dominicanos, en sus Cartas Pastorales con ocasión del 21 de enero y el Mensaje que emiten para el Día de la Independencia Nacional, del 27 de febrero, tradicionalmente orientan a los fieles e invitan a las autoridades a prestar atención a los sectores más vulnerables. Con ocasión del 2025, en su Mensaje titulado: “Fortalecer la esperanza: Un llamado a la fe y la solidaridad”, afirman al referirse a los pobres: “Somos conscientes de la amplia brecha existente entre ricos y pobres. En la actualidad, la tasa de desempleo y el alto costo de la canasta familiar, nos hacen recordar que «todos los bienes creados deben llegar equitativamente a las manos de todos, según la justicia y con la ayuda de la caridad» (Gaudium et Spes, 69). Por tanto, consideramos que es necesario continuar creando políticas públicas donde todos puedan tener acceso a la salud integral, vivienda digna y educación de calidad” (6).
La Iglesia, con “la mano en el pulso del tiempo y el oído en el corazón de Dios” (J. Kentenich), experimenta el tema de la pobreza como un problema cíclico y permanente en el mundo, que golpea la dignidad humana y, mientras haya situaciones que la pongan en riesgo, seguirá alzando la voz en favor de los más vulnerables, promoviendo la justicia social y el desarrollo sostenible, como lo supo hacer con gallardía, Fray Antón de Montesinos, en aquella emblemática homilía del Primer domingo de Adviento, que se constituyó en el fundamento principal para la formulación de los Derechos Humanos Modernos o la Carta Pastoral de 1960, la cual constituyó un Canto a la Libertad, no solo de la persecución a la que estaba sometida la Iglesia, sino toda la nación.
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