Del Jardín del Edén al Jardín del Sepulcro
Dios diseñó un “Jardín en Edén” (Gn 2,8), cuya ubicación no está explícitamente especificada en la Biblia. Sin embargo, algunos teólogos sugieren, basándose en la descripción de que “de Edén salía un río que regaba el jardín, y desde allí se repartía en cuatro brazos”: Pisón, Guijón, Tigris y Éufrates (Gn 2,10-14), que podría ubicarse en Mesopotamia, entre los actuales Irak y Siria. Otros teólogos, apoyados en textos como Ez 28,13s, proponen su localización en el macizo montañoso de Armenia, aproximadamente a mil quinientos kilómetros de Mesopotamia. Por otro lado, el Jardín del Sepulcro de Jesús, según los Evangelios, se encontraba a las afueras de Jerusalén (Mc 15,20-21), un lugar muy transitado, donde “los que pasaban por allí” (Mt 27,39) y “la gente que había acudido a aquel espectáculo, al ver lo que pasaba, se volvieron golpeándose el pecho” (Lc 23,48). Este lugar era escogido intencionalmente para las ejecuciones, sirviendo de escarnio para los condenados y de lección para quienes presenciaban su sufrimiento.
Una lectura teológica de estos dos jardines, revela semejanzas y diferencias; los mismos fueron creados por Dios libremente, por bondad, no por necesidad, a raíz de su deseo de amar y salvar, porque la Creación nos conduce a su creador y, en ella, debemos aprender a contemplar “los vestigios” y la imagen de Dios.
Entre las semejanzas, destaca el simbolismo de la vida: el Jardín de Edén es el espacio de la creación y el nacimiento de la vida, mientras que el Sepulcro de Jesús representa la Resurrección y la vida nueva. Ambos jardines son signos tangibles de la presencia y la promesa de Dios, conectados por la elección y el libre albedrío: el árbol de la obediencia y la gracia en Edén, y el árbol de la Cruz y la Resurrección en el Gólgota. El autor sagrado no narra el relato del Edén como un hecho histórico, ni detalla el lugar o modo de vida del primer hombre. Más bien, muestra que Dios creó al ser humano para la felicidad y la inmortalidad, restauradas en el Paraíso celestial o escatológico (Ap 22,1ss).
Por otra parte, las diferencias iluminan aspectos esenciales: en Edén, la humanidad fue creada en un estado de inocencia y pureza, mientras que, en el Gólgota, Jesús enfrentó el sufrimiento y el pecado generado por la caída de Adán y Eva. En Edén surgió el pecado y la muerte; en la Cruz, la vida eterna y la reconciliación. El Edén marcó el inicio de la historia humana, mientras que el Sepulcro señaló el comienzo de la vida eterna.
El simbolismo en estos relatos bíblicos destaca el Plan de Salvación, que guía la existencia terrenal desde su inicio hasta su conclusión. San Pablo lo resume bellamente con sus palabras: “Sabemos que en todas las cosas Dios interviene para el bien de las personas que lo aman” (Rom 8,28).
La desobediencia y rebeldía en Edén (Gn 3,6) se redimen en el Monte de los Olivos y el Gólgota. Allí, Jesús expresó su obediencia: “Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú” (Mt 26,39). En el Gólgota, Él condensó todo el sufrimiento del mundo, clamando: “¡Elí, Elí! ¿Lemá sabactaní? Esto es: ‘¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?’” (Mt 27,46).
La herida del pecado humano generada entre los cuatro ríos del Edén se cura con la sangre y el agua que brotan del costado de Cristo en la Cruz (Jn 19,34). San Pablo lo afirma: “Así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos. […] Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rom 5,19-20).
Creación, vida, muerte, esperanza y redención son pilares clave del obrar divino por la humanidad. Mientras el Edén perdido recuerda la creación perfecta de Dios, el Sepulcro y la Resurrección restauran el proyecto divino. Estos dos jardines forman parte de un único plan de redención. La primera creación aguardó la redención provisional de Cristo para los justos (Lc 23,43), mientras que espera la segunda y gloriosa manifestación de Jesús (2Cor 12,2ss). Así, el significado real, simbólico y espiritual de estos jardines refleja la armonía entre humanidad y divinidad, realizada plenamente en la Encarnación del Hijo del Hombre (Jn 1,14).
Estos puntos culminantes del Plan Divino de Salvación son manifestaciones vivas del amor de Dios para con su pueblo peregrino en camino hacia la Jerusalén celestial, porque el Dios creador es el mismo Dios salvador, en su relación con todas sus creaturas en Cristo, en quien Él pronuncia y da a conocer su primera y su última Palabra (Col 1,15-23). Marcos concentra toda la fuerza de esta idea en su emblemática expresión: “Y Jesús lanzando un fuerte grito, expiró” (Mc 15,37). Es la expresión de una victoria, el cumplimiento de una misión, la proclamación de la humanidad reconciliada en el amor, la entrega total, hasta donar el último hálito. Dios, en el Jardín de Edén, había pronunciado sus primeras palabras creadoras; en Cristo, en el Jardín del Sepulcro, ya había dicho todo.
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